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Caricatura de Pablo Prigioni.
El último gran capo
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El último gran capo

Antiguos compañeros de vestuario y de vivencias desnudan a Pablo Prigioni, tanto en lo deportivo como en el plano personal. Todos coinciden: «es un líder»

David González

Miércoles, 21 de diciembre 2016, 18:29

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De tanto subirse a los árboles se ganó el apodo de 'monito' entre sus paisanos de Río Tercero, la pequeña localidad argentina que le vio nacer hace 39 primaveras. Su padre decidió canalizar semejante nervio a través del baloncesto. Con cinco años inscribió al pequeño Pablo y a su hermano Martín, dos años mayor, en un club local denominado 9 de julio. Aquello fue el inicio de todo.

En puertas de su tercera encarnación azulgrana, EL CORREO recorre la evolución de Prigioni personal y profesional de la mano de un puñado de compañeros de su asombroso viaje. Porque probablemente, aquel chaval que no acabó Secundaria para centrarse en la pelota naranja jamás imaginó semejante carrera. Va por su vigésimo segunda temporada profesional. Siete de ellas en Vitoria, donde contribuyó con visión panorámica, rabia e inteligencia a perfilar la edad dorada del Baskonia.

Pablo vuelve a casa con patas de gallo y un cartel de primer espada vigente. Sin el físico ni el talento de otros, ha sobrevivido y gobernado gracias a una astucia y una personalidad superlativos. Siempre ha sido diferente al resto. El mismo Pablo todavía cuenta en 'petit comité' que en su adolescencia compartió colegio con su madre, donde ella ejercía de profesora. Debido a ese parentesco, otros maestros le mandaban a fotocopiar tacos del tamaño de 'El Quijote'. En la tienda, él preguntaba cuánto tardarían. Si le daban «cuarenta minutos», se escabullía al pabellón de su club, a una manzana de distancia, echaba unos tiros, recogía el encargo y retornaba a las aulas como si nada.

Siempre fue un paso por delante. Con diecisiete años rubricó su primer contrato profesional en el Club Social Ramallo. Allí, un compi llamado Sergio Cabral le recomendó que con ese apellido tan transalpino que significa ¡prisiones! tanteara hacerse con un pasaporte comunitario. Le hizo caso. Tardó años, pero tan prematuro inicio le permitió cruzar el charco cuando aún era un desconocido. Aterrizó en Fuenlabrada. Allí conoció a su esposa, y madre de sus dos hijos. Le 'cortaron' al cierre de su segunda campaña. Sólo tenía 24 años.

Marcelo Nogueira, del diario argentino Olé y probablemente el periodista «basquetbolístico» más reputado de aquel país, pone el acento en ese lance. «Demostró su madurez a corta edad. Creía en sus condiciones y estaba muy ofuscado. Aceptó jugar en la LEB con el Alicante, al mando de Julio Lamas. Consiguieron la Copa del Príncipe y salieron campeones, lo que le llevó a retornar a la máxima categoría y jugar un año ahí. Con Lamas y Perasovic llegaron al octavo lugar, 'demasiado' para un equipo con bajo presupuesto».

Alma de anticuario

De aquella época conserva una casa en la costa levantina y un alma de anticuario. Colecciona muebles antiguos y automóviles clásicos. A orillas del Mediterráneo, el apellido Prigioni empezó a tintinear en las grandes casas europeas. Sólo que una vez más, el Baskonia demostró mejor ojo que nadie. Corría el verano de 2003. Empezaba el idilio.

Sentado al fondo de la antigua oficina del Barclays de la calle Postas, Félix Marañón asesoró durante décadas a cientos de clientes. Entre ellos, a un puñado de deportistas de élite como el propio Pablo. «Me lo presentó Alfredo Salazar. Venía al banco más como amigo que como cliente. Se paraba con todos. En la cancha tiene sangre caliente, es el líder que necesita este equipo, pero fuera es un bendito», analiza este maestro yoda para muchos entusiastas del deporte alavés. «Si hace como Nocioni en el Madrid, que juega 10-15 minutos pero a tope, triunfará de nuevo», augura con firmeza.

¿Y cómo se comportaba con sus inversiones?

Sólo puedo decir que siempre ha sido muy responsable en todas sus decisiones.

Pablo es también fuego. La armó en el Fernando Martín fuenlabreño y acabó encarándose con el que fue su público en uno de sus últimos encuentros de su primera etapa baskonista. También hizo correr ríos de tinta su sonada bronca, ya engalanado de merengue, con su entonces técnico, el ahora seleccionador 'azzuri' Ettore Messina. Se enzarzaron a grito pelado en pleno derbi contra el Estudiantes. Días después, en una entrevista a este periódico, el italiano dio su punto de vista. «La regla dice que si un jugador está caliente y dice algo que no está bien, hay que esperar, enfriarse. A veces le dices; 'cállate que tenemos que pasar a otras cosas'. Es lo que ocurrió con Pablo. Al día siguiente nos sentamos con él y los compañeros y lo hablamos».

Pese a ese discurso conciliador, nada fue igual a partir de ese roce. En aquellas dos temporadas en Madrid, además, mutó en blanco de las iras del Buesa Arena. Quien más te quiere... «El público es soberano, pero personalmente me dolió mucho aquello porque es alguien que pone el corazón en todo lo que hace. Y al final hizo lo que todos, buscarse una salida mejor para su carrera», reflexiona Patxi Sánchez, sempiterno delegado baskonista ahora enrolado en la empresa privada. «Recuerdo que siempre estaba pendiente de todos. A un compañero, por ejemplo, un día le soltó que comía demasiado. Tenía el control de todo».

Pablo retornó a casa en 2011. Telefoneó a Dusko Ivanovic, entonces timonel, y le prometió que «entrenaría quince horas por día y que no le fallaría». Años después reconoció en una entrevista que «entrené y jugué como un cabrón. Todo tiene su origen en la rabia con la que me fui del Madrid». Porque salió por la puerta de atrás.

Aquello le marcó. Era otro. Más maduro. Endurecido... E igual de astuto. Turno para Alberto Fernández, doctor del Baskonia hasta que el Eibar le sedujo hace unos meses. «Es el prototipo de líder de vestuario, de esos jugadores que siempre te gusta tener en tu equipo. Aparte de que siempre se preocupó de que los jóvenes estuvieran atendidos, intentaba educarles», se arranca. «En esa segunda etapa vino más profesionalizado. Llegaba de los primeros a los entrenamientos para sus rutinas de trabajo físico. Intentaba que los más jóvenes se dieran cuenta de que una carrera puede ser más o menos corta en función de tus hábitos». Eligió una dieta más equilibrada. Mimó al máximo su cuerpo. Y acertó. De nuevo.

Consultas a Luis

A dos grados bajo cero, Tiago Splitter camina por Atlanta, su actual casa en la NBA. El vitoriano de Joinville se ríe cuando mentan la edad de su amigo Pablo. «Cuando tenía treinta años sufrió una lesión en la rodilla y me acuerdo de que me decía que no daba más, que se iba a jubilar, que no sé qué... Y mira ahí está. Con 35 'rookie' de la NBA, tantos años jugando 'mal' y ahora de vuelta al Baskonia», enfatiza jocoso el pívot de los Hawks. «¿Cuántos años tiene? ¿37? ¿40? Ni sé. Y ahí sigue», bromea.

Con 35 años llegó la llamada de la NBA, algo que Pablo nunca buscó. Al menos conscientemente. Consultó «muchas veces» a su «hermano» Luis Scola sobre qué hacer. El mejor jugador de la historia del Baskonia siempre le animó a cruzar el Atlántico en dirección opuesta. Se convirtió en el novato más viejo en los últimos cuarenta años de la mejor Liga del planeta.

El gran Luis nos atiende desde Brooklyn, donde defiende la camiseta de los Nets. «Para mí resulta díficil hablar objetivamente de Pablo por nuestra relación dentro y fuera de la cancha. A mitad de los treinta consiguió jugar durante cuatro años en la NBA, lo que para casi todo el mundo era algo imposible de pensar. Corona una carrera espectacular en uno de los lugares donde mejor basket jugó», considera la otra mitad que patentó el bloqueo y continuación (pick&roll) y lo elevó a la categoría de arte.

El base firmó por ls míticos Knicks de New York. Probablemente el equipo de basket más famoso de la tierra junto a Lakers y Celtics. Pablo eligió vivir en White Plains, barrio alejado de la vorágine de la 'Gran Manzana' y pegado al pabellón donde se ejercita esta franquicia. Profesional siempre.

Durante esa etapa dejó la selección albiceleste, de la que fue puntal. Lo hizo tras caer en octavos de final del Mundial de España ante Brasil. Convocó a cenar al resto del equipo en el restaurante madrileño 'La María'. Les anunció, al igual que Nocioni y Leo Gutiérrez, que tocaba dejar paso a talentos más jóvenes. Uno era Facundo Campazzo, base del UCAM Murcia. «Tuve la suerte de jugar las Olimpiadas de Londres 2012 con él. Me tocó ser su segundo base y me facilitó todo aún más. Es un jugador que en la cancha mantiene felices a sus compañeros. Con él de vuelta, la Liga gana mucho», disecciona.

Convertido en moneda de cambio, pasó a Houston Rockets. De allí a Los Angeles Clippers, y a quedarse fuera de foco. En las últimas semanas le tentaron varios clubes europeos. Sin embargo, eligió el retorno a su hogar. Por cierto, es el fichaje más veterano en la historia de la entidad vitoriana. Los anteriores plusmarquistas fueron el saltarín Voise Winters, 'lagarto' De la Cruz y Chicho Sibilio.

«Entiende el juego muy por encima de la media. Eso le permite jugar sin tener un físico excepcional. La palabra que mejor le define es liderazgo», analiza Iurgi Caminos, antiguo técnico del Arabarri y con el que le une amistad desde que «nos conocimos en Donosti hace ocho años en el campus que llevaba su nombre». Iurgi le ve como futuro entrenador, paso que «dependerá de sus ganas».

«Influencia en la cancha»

«Está claro que es un entrenador en la cancha. Sí, definitivamente le veo como futuro técnico cuando cuelgue las zapatillas», valora Neven Spahija, con quien levantó una Supercopa y una Liga ACB. El ahora asistente de Atlanta Hawks remarca, no obstante, que le queda todavía cuerda antes de dar ese paso. «Aparte de su influencia en el juego del Baskonia, va a tener un gran impacto en los jóvenes del equipo».

Su representante, Claudio Villanueva, declaró hace un par de años, medio de chanza medio en serio, que «Pablo será entrenador y hasta hemos hablado con Josean (Querejeta) sobre esa opción». Quienes mejor le conocen insisten en esa vía postjugador. Silencio, vuelve a hablar Scola. «Creo que quiere ser entrenador. Siempre tuvo esa particularidad, en especial en los últimos años, de ser entrenador en la cancha. Los entrenadores saben valorar cómo entiende el juego. Tiene personalidad y creo que es su aspiración. Todo indica que en algún momento dará el paso». Le secunda Splitter. «Es que lee muy bien el baloncesto cuando está en la cancha. Tiene madera para ser técnico».

Cuando llegue su retirada se verá si salta a las trincheras de los banquillos, si vuelve al soleado Alicante o si vuela hasta su Rio Tercero, donde ya tiene hasta una escuela a su nombre. Con el apelativo de 'monito' incluido, claro.

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