Decidir tu propio final
No solo por los títulos y las finales. Pablo Laso merecía otra despedida del Real Madrid tras recuperar un sello ganado
364 kilómetros es la distancia que separa Madrid de Vitoria-Gasteiz, una cifra tan considerable como un inmenso 'vacío' que existe entre merecer un final feliz y una fría y sonrojante despedida. Hay puntos finales que cierran etapas de forma excepcional, de la misma manera que los hay sorprendentes e inesperados. Otros, los menos, los que por mucho que lo intentes no tienen cabida ni a la lógica, ni al raciocinio ni a nada por el estilo. La «salida» de Pablo Laso del Real Madrid forma parte de esta última.
Admitamos que los ciclos existen, que hay etapas que se recorren con tal intensidad que acaban minando la energía hasta agotarte, que hay momentos de tu vida que las circunstancias los hacen especiales hasta que dejan de serlo; en todos ellos siempre hay un final. Quien más quien menos, se imagina cómo le gustaría que fuera ese final. Ni usted, ni yo, ni probablemente la inmensa mayoría de la gente del basket de este país hubiera imaginado jamás semejante desenlace a una de las etapas más fructíferas en cuanto a palmarés, en cuanto a identidad de un equipo y en cuanto al horizonte temporal de un entrenador al frente de un equipo profesional de baloncesto. Este guión ha sobrepasado con creces la imaginación de una persona. O no. Quién sabe.
Ni Pablo Laso ni el Real Madrid se merecían este final. Uno, el Real Madrid, porque bajo la dirección de su entrenador ha logrado situar a su equipo de baloncesto en lo más alto del basket europeo durante más de una década. No es menos cierto que la labor del banquillo se une a las esferas donde se toman las decisiones a la hora de seleccionar conjuntamente las piezas necesarias para tener cada año al equipo al más alto nivel competitivo. El Real Madrid, sobre todo, ha conseguido fijar un estilo e identidad tan propio que no parecía importar si un jugador llegaba nuevo al equipo ya que se contagiaba de esa filosofía y de su ambición ganadora, viniera de su otrora rival, de cualquier otra zona del planeta o si subiera desde la cantera. Solo por ello merecía la pena reconocer este ciclo tan excepcional de la mejor manera posible. Solo por ello merecía además posibilitar una evolución del modelo, ahora más necesario que nunca, con la idea de ir rejuveneciendo una plantilla cada vez más veterana, experta pero ya entrada en años de un rendimiento demasiado cortoplacista.
En especial Pablo Laso se ganó por mucho otro final. Él mismo obtuvo el derecho a decidir su siguiente paso. Probablemente fuera, y sea consciente, de la necesidad de una pausa tras su susto médico, para ver el basket desde otro punto de vista, para progresar, hasta para facilitar incluso un relevo que mantuviera ese sólido bloque competitivo que ha construido durante 11 años y darle continuidad. Por muy ambicioso que uno sea, puede ser consciente del momento en el que lo mejor para todas las partes es echarse a un lado y preservar el legado, el palmarés, el estilo, el juego, donde ha sido parte indiscutible. Pero no ha sido así. 22 títulos y 33 finales jugadas no han sido suficientes razones por lo que se ve, como tampoco esta reconocida identidad tan difícil de lograr y esa comunión que tejió entre el parquet y la grada. Un mérito incontestable.
Siento que esta atronadora y fea salida hace mucho daño al deporte. Me preocupa no hacer entender que los 'cómo' son tan importantes como los 'qué', que hablamos de relaciones entre personas, con sus emociones y sus circunstancias y que el triunfo no debe tapar jamás la importancia de los medios empleados para obtenerlo. Está claro que la salud es lo esencial en nuestras vidas, pero también el derecho que tenemos como personas a poder escoger nuestro camino siempre y cuando se respete el camino de quienes nos rodean y acompañan. Gracias y suerte Pablo, y sobre todo salud, mucha Salud.
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