Es el baloncesto un gigante -nunca mejor escrito por la estatura de sus protagonistas- con esos pies de barro que dificultan su anclaje sobre terreno firme. Léase el peliagudo asunto de la financiación. Un deporte que nos apasiona a un buen número de locos más o menos bajitos, pero de difícil soporte económico. Así como el fútbol que todo lo impregna se vende casi sin querer, la modalidad de las cestas -al margen de la NBA- requiere de prospecciones para aflorar la liquidez necesaria.
Y quiere encontrarla en los pozos petrolíferos del mundo árabe que avanza al ritmo de la primerísima velocidad. Así que la Euroliga esboza una entrega de tanteo a ese gran postor que representan los Emirates como el oasis fértil de la abundancia. Cualquier propuesta, sobre todo si enseña los dos riñones bien cubiertos, se abraza con las efusiones interesadas entre la parte salvadora y la redimida. Porque el máximo torneo continental que cada vez desnuda un abismo mayor entre la nobleza y una clase media venida a menos (el Baskonia en la parte menos dichosa del cuadro) clama por una estabilidad a la hora de redactar los balances. Y pide más fondos con los que combatir la fuga de valores emergentes a media cocción, tiernos incluso, al campeonato profesional norteamericano.
Mientras no se establezcan límites salariales que democraticen el asalto deportivo al poder, la organización europea como tal suspira por un incremento de los fondos que nutran a todos los clubes, tambien a los más rezagados, desde la perspectiva económica. Hasta ocho entidades de la Euroliga nadan en el líquido amniótico que les conecta con el fútbol. Muy especialmente en los casos domésticos de Real Madrid y Barça, donde el dinero ingente de las porterías XXL sepulta cada curso las pérdidas seguras del aro en tono naranja.
El genial Quevedo -maestro de la ironía, los dardos y las letras- escribió hace cinco siglos aquel poema tan aclaratorio sobre el poder ommínodo del dinero. Y quinientos años después no queda otro remedio que convalidarle la razón. De acuerdo con otro humorista ácido y posterior, Groucho Marx, posee tal fuerza el parné que se siente capaz de modificar axiomas. «Si le no le gustan mis principios tengo otros». O en el caso de que el 'todo por la pasta' proceda de países ajenos al poder del pueblo y mancille los derechos inalienables de las mujeres, pues se aplica la tesis 'woodyalleniana' de tomar el dinero y salir corriendo.
Flotan las sensaciones de que el potentado universo árabe ofrece siempre duros y recauda el valor de las cuatro pesetas. Pero quien vea dádivas bobaliconas bajo sus túnicas se equivoca. Emiratos promete quintuplicar el patrocinio actual de las líneas aéreas turcas con la esperanza de recibir un reconocimiento al estatus que su dinero le procura por castigo en cuestiones concretas.
Como incluir a un equipo de Dubái en la Euroliga y albergar la 'Final Four'. La riqueza árabe ya experimentado antes con la Supercopa española de fútbol o la Liga saudí de golf (LIV Series) que atrae con sus premios hiperbólicos a estrellas del presente y hasta el futuro inmediato. El mismo domingo que Jon Rahm arrasaba en Madrid para cobrar apenas 300.000 euros, el madrileño López-Chacarra, aficionado hasta anteayer, metía 4,7 millones en su cuenta nada corriente. Querer y poder.
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